DEPRESIÓN EN NAVIDAD. DEPRESIÓN NAVIDEÑA.

En Estados Unidos y el norte de Europa se conoce como la “depresión blanca”. En el resto del mundo como “depresión navideña”.

La Navidad o fin de año es una temporada propicia para experimentar el bajón anímico y en efecto lass consultas a los psicólogos aumentan. Sin embargo, según los especialistas, no existe la “depresión navideña” clínicamente dicha, sino un “trastorno Psicosocial” que se exacerba por diferentes factores propios de la temporada y que se manifiesta por cuadros de melancolía, apatía y, especialmente, nostalgia. Visto de esta manera, serían muchas más las personas (dos de cada cinco) que se sienten abatidas por la tristeza y la ansiedad y una profunda desazón y sensación de carencia o vacío.

No existe la depresión navideña como tal, sino un trastorno latente, que viene de tiempo atrás y que se manifiesta en estos días en que se tiende a reflexionar. El sólo tener que pensar en las reuniones con familiares, genera un estrés, porque es casi tener que ceder al compromiso y normas sociales.

Habría que sumar además el estrés que representan los regalos, las reuniones de trabajo…todas las imposiciones de la sociedad moderna, que desencadenan en estos trastornos parecidos o asociados con una depresión.

La falta de recursos económicos es una gran preocupación en estas fechas. El hecho de no poder comprar regalos a los niños o de no poder hacer una buena cena ayudará a la persona negativa a refugiarse en sus pensamientos, a generar un estrés parecido a la depresión.

NAVIDAD Y RECUERDOS

En principio, la llamada “depresión navideña”, cumple todas las características de una depresión común. La persona se encuentra triste y melancólica durante las fiestas navideñas, tiene una visión negativa de lo que la rodea y cualquier actividad le resultará complicada de llevar a cabo.

Según los especialistas se trata de una temporada cargada de gran afectividad, tanto positiva como negativa y que en términos de salud mental se le ha considerado siempre como un periodo especialmente de riesgo para aquellas personas que sufren de depresión.

Es una época muy propicia para traer los recuerdos : la muerte de un ser querido que puede ser el padre, la madre, el hermano o un amigo y que ya no está. La distancia, física o emocional, entre los miembros de una familia, las expectativas insatisfechas, los problemas económicos, la soledad o, simplemente, los malos recuerdos, pueden resultar verdaderos obstáculos para disfrutar de estas fiestas.

Cuando llega el fin de año, la gente tiende a hacer un balance, consciente o inconsciente, de los éxitos y fracasos obtenidos a lo largo de ese año. Si los resultados de esta evaluación son negativos, es entonces cuando se hace latente el riesgo de deprimirse.

En efecto, la temporada es propicia para el constante recuerdo del pasado, incluso para reafirmar aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Pasajes de la infancia en la calidez del hogar o momentos inolvidables en compañía de los seres más queridos salen a flote para ser comparados con el momento presente.

La “depresión navideña”, está asociada por su similitud con celebraciones como el Día de la Madre, el Día del Padre o el Día del Amor y la Amistad. Sin embargo, según los especialistas la Navidad tiene un componente especial: es un periodo de tiempo mucho más largo, lo que puede llegar a exacerbar con mayor fuerza aquellos trastornos que obligan a buscar la consulta con el especialista.

Los símbolos y los mensajes alusivos a la Navidad están presentes en todos los espacios, especialmente en las ciudades, están en los medios de comunicación y esto se convierte en un factor adicional y al que nadie puede escapar.

La gente se deja llevar por la publicidad y por el espíritu navideño que tratan de venderle por todas partes. La idea de felicidad que aparece en los medios de comunicación no tiene nada que ver con la realidad que viven muchas familias con problemas, ya sean económicos, personales, laborales, de pareja, etc.

CELOS

Podemos entender con relativa facilidad qué significa el tener celos de la pareja: querer estar con ella por encima de otras personas, que nos haga el máximo caso, que nos dedique la máxima atención….y es un comportamiento relativamente normal y hasta cierto punto lógico.

El problema surge cuando esto se lleva hasta el extremo y en todo momento y lugar se está pendiente de la pareja y se le requiere una atención extrema, egoísta y desmesurada, de tal forma que no permitimos que se desvíe la atención hacia otra persona que no seamos nosotros mismos. Esto último es lo que se denominan celos patológicos. En la persona que los sufre es un sentimiento que viene acompañado de hostilidad, ánimo deprimido e inseguridad, que producen a su vez gran malestar y sentimientos de temor; y puede producir con el tiempo un gran desgaste (físico y psicológico) que puede llevar a su vez a la ruptura de la pareja.

Quienes padecen de celos patológicos no se dan cuenta de que los tienen, pues para ellos solo existe la posibilidad de que sus deseos se cumplan de manera absoluta, sin darse cuenta de que en su relación alcanza un alto grado de dependencia, manifestando conductas del tipo: perseguir a su pareja para ver qué hace, buscar indicativos o “pruebas” para “demostrar” una infidelidad…e incluso conductas agresivas tendentes a inducir miedo a la pareja para que no se atrevan a hacer nada.

Llagados a este punto es bastante común que la pareja de quien sufre estos celos desmesurados sea quien comience a replantearse la relación al sentirse “asfixiados”, faltos de libertad (la más básica e imprescindible para no crear un sentimiento negativo de dependencia) y comience a plantearse la ruptura, sea cual sea el término de la relación: matrimonio, noviazgo, etc., hecho que difícilmente aceptará la persona que sufre de celos patológicos e intentará evitar (algunas veces y desgraciadamente de forma violenta).

Si existe la intención y la voluntad por parte de los miembros de la pareja, una vez detectado el problema sería interesante acudir a sesiones de terapia de pareja en las que un profesional trabajará para cambiar la percepción y las falsas creencias que inducen a una persona los celos patológicos: ayudará a cambiar la forma de pensar y a recibir el apoyo necesario de su pareja para que la tarea resulte más fácil..

Javier Brotons. Psicoterapeuta. tel: 600440004

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ADICCION A LAS TRAGAPERRAS.

ADICCIÓN A LAS MÁQUINAS “TRAGAPERRAS”.

La adicción al juego se caracteriza por el aumento de la frecuencia en jugar y de la cantidad de dinero que se invierte, las complicaciones que se van produciendo (ruina económica, ruptura relaciones familiares, riesgo de pérdida del empleo), la pérdida de control, el grado de malestar, la incapacidad de abstenerse, la disminución de la satisfacción y una gran dificultad para frenar los deseos de repetir y continuar jugando cada vez con más frecuencia.
La ludopatía afecta en España entre un 2% y 3% de la población adulta. Además, diversos estudios muestran que la dependencia fundamental es a las máquinas “tragaperras” (por encima de casinos y apuestas en internet, por ejemplo). La gran adicción que producen estas máquinas se debe a una serie de aspectos psicológicos implicados en su funcionamiento: su amplia difusión (están por todas partes y es difícil no “verlas”; que con muy poco dinero tenemos la posibilidad de obtener buenas ganancias; el poco tiempo transcurrido entre la apuesta (echar la moneda) y el resultado (premio o no premio); indicativos visuales que generan en el jugador ciertas falsas creencias como “la máquina está caliente o a punto de dar el premio” (marcadores de bote acumulado, etc.); y el manejo personal de la máquina que genera cierta ilusión de control. Además, las luces, música y tintineo de las monedas al caer nos activan emocionalmente (incluso nos “ilusionan”).
Desde que se inicia el juego el jugador suele pasar por tres fases:
Fase de ganancia: las primeras ganancias le producen una gran excitación y expectativas de que puede aún ganar más dinero. Se genera una tendencia positiva hacia el juego.
Fase de pérdida: para conseguir más premios cada vez se invierte más dinero (arriesgando más) y aumentan las pérdidas. La accesibilidad al dinero (mediante préstamos, recurrir a familiares, anticipos en el trabajo, dinero que debía ser destinado a otras cosas) hace que el jugador pueda y siga jugando. Cuando las deudas se acumulan, el jugador sólo ve una opción para ganar y recuperarse y es: volver a jugar. Ahora ya no juega para ganar sino para recuperar lo perdido. Esta situación hace que entre en un círculo vicioso que implica gran tensión emocional.
Fase de desesperación: el juego alcanza una gran intensidad, el jugador vive sólo para jugar. Se despreocupa de la familia, amigos y trabajo. Aumentan los riesgos y puede verse implicado en problemas financieros y legales: cheques sin fondos, apropiación de dinero, acudir a prestamistas, pequeñas estafas, etc. Se incrementa el nerviosismo (y la ansiedad), la irritabilidad (incluso agresividad) y aumenta la percepción de que la vida no merece la pena.
Llegados a este punto se hace necesaria la ayuda psicológica ya que se da una ludopatía que debe ser tratada de forma adecuada para evitar el avance del deterioro físico, psicológico y social de la persona que la padece, reconducirla al estado anterior a la ludopatía y dotarla de recursos para prevenir las recaídas.

Javier Brotons. Psicoterapeuta. (Tel: 600440004).

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ADICCIONES

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                                    LA ADICCIÓN A INTERNET   

                 La palabra adicción siempre se asocia a sustancias físicas y tangibles como puedan ser las drogas del tipo que sea y el alcohol que poseen además un componente de tipo químico. Es por ello que resulta complicado entender que determinado tipo de uso de internet pueda considerarse una adicción y por tanto diagnosticarse y tratarse como tal.

                 Pero desde hace ya más de una década algunos autores investigadores de prestigio en el ámbito de la psicología se aproximan al término “adicción a internet”. Así por ejemplo, Goldberg en 1995 habla de “desorden de adicción a internet” y Young y Rodgers en 1998 describen el “uso patológico de internet”. No obstante y a fecha de hoy la mayoría de los expertos aún no se han puesto de acuerdo con lo que significa definitivamente el ser un “adicto” a internet, aunque sí hay muchas coincidencias en que las personas “adictas” poseen una serie de características comunes. Básicamente estas características (que podemos denominar también síntomas, en tanto en cuanto muestran una tendencia de conducta que se aleja en determinado grado de la observada como habitual) son: 1- largos períodos de acceso a internet y aumento progresivo de su frecuencia: las horas de conexión se van incrementando hasta alcanzar un nivel medio por encima de las 10 horas diarias, 2- se muestran conductas, pensamientos o deseos tendentes a controlar el tiempo de conexión desarrollando determinados intentos que suelen fracasar sistemáticamente y este fracaso produce frustración y pensamientos de tipo negativo, 3- se reduce significativamente el tiempo dedicado a actividades de tipo social, laboral o de ocio, produciéndose un aislamiento social (fuera del ámbito de la red) y problemas laborales y/o académicos (en la población más joven), aparecen problemas con la pareja y los hijos y un abandono de la relación con determinadas personas significativas (p.ej.: amigos), 4- se detectan problemas de falta de sueño que inciden negativamente sobre el rendimiento, una mala o deficiente alimentación que comporta un incremento o decremento en el peso e incluso cierto abandono de la higiene personal, 5- se pueden observar movimientos de tipo compulsivo tales como: movimientos repetitivos de los dedos simulando el tecleo y/o movimientos también repetitivos de la mano simulando el movimiento del ratón y 6- ansiedad, fantasías o sueños en relación con la red y pensamientos obsesivos sobre lo que está pasando en internet (Young, 1996).   

              Por otra parte y para entender mejor los síntomas que muestra una persona “adicta” a internet  debemos analizar los refuerzos y mecanismos psicológicos  que nos pueden llevar a la formación del hábito. A saber:  aplicaciones de la red que pueden tener (o tienen para determinadas personas) un componente adictivo tales como los CHATS que permiten al usuario interaccionar a tiempo real con otros. Parece ser que los usuarios no dependientes de la red usan internet para buscar información (con determinada finalidad) y mantener relaciones personales preexistentes (con personas que ya conocían) y los usuarios dependientes la usarían para socializarse (a través de chats en los que se encuentra gente “afín”), conocer nueva gente e implicarse en un grupo (normalmente con el que se produce mayor identificación). De acuerdo con lo comentado tendríamos tres áreas de reforzamiento: apoyo social, realización sexual (al poder encontrar personas que buscan sexo) y creación de un personaje (a través del anonimato que confiere la red). Para Greenfield (1999), las cualidades de Internet que parecen contribuir al potencial de la adicción están también relacionadas con la velocidad, accesibilidad e intensidad de la información a la que se tiene acceso, del mismo modo que la rapidez de absorción de una droga es directamente proporcional al potencial adictivo de la droga. De esta forma, los “adictos” a Internet podrían ser objeto de una serie de sentimientos que crearían y potenciarían esta adicción: • Los adictos informan de una intensa intimidad cuando están conectados.• Existe un sentimiento de desinhibición.• Muchos adictos informan también de una pérdida de ataduras.• Sentimientos de que el tiempo se detiene o que pasa muy rápido.• Sentirse fuera de control cuando se está conectado.   

                        Una vez se han reconocido y comprobado en una persona los síntomas (características) que nos demuestran que desarrolla una conducta de tipo adictivo con respecto a internet (esto es, la hemos diagnosticado como tal) se deben establecer los mecanismos para su tratamiento y evitación de posteriores recaídas. Los expertos coinciden en que el proceso de curación de una adicción a las nuevas tecnologías se puede asimilar al de otro tipo de adicciones, con la excepción de que en este caso no cabe una desintoxicación física, lo que en cierta medida simplifica el problema. Para ello es importante que el individuo vaya sustituyendo y reconstruyendo hábitos que existían antes de comenzar su adicción. En concreto se demuestra como particularmente eficaz la siguiente secuencia de intervención: 1- control de los estímulos vinculados a la adicción: se trata de limitar el tiempo de conexión a no más de dos horas diarias (al margen de las obligaciones impuestas por el trabajo) y atender el correo una vez al día marcando para ello una hora concreta, de conectarse siempre acompañado por una persona de confianza que conozca el problema y sin quitar horas de sueño; 2- romper los hábitos de conexión y sustituirlos por otras actividades que puedan suplantar el “vacío” o estrés que puede suponer el no estar conectado: se trata de realizar actividades como quedar con amistades, ayudar a los hijos, realizar tareas gratificantes como determinados “hobbyes” (jardinería, colecciones….), leer, etc. y realizarlas en tiempo anteriormente utilizado para estar conectado; 3- prevención de recaídas: cuyo objetivo ha de ser enseñar a la persona a usar internet de forma controlada identificando las situaciones de alto riesgo (por ejemplo: quedarse solo en casa con mucho tiempo libre por delante), respuestas de enfrentamiento ante situaciones problema (por ejemplo: ante la posibilidad de conexión no estipulada, llamar a un amigo y salir de casa para ir a verle) y cambio de expectativas acerca del grado de satisfacción que produce la conexión. Además de la intervención en las conductas relacionadas directamente con el uso de internet se utilizan también técnicas de tratamiento psicológico de tipo cognitivo-conductual como son : la exposición en vivo con prevención de respuestas: sobre todo en aquellos casos en los que se pretenda una abstinencia prolongada y siempre en las primeras intervenciones terapéuticas. Dependiendo del caso, los sujetos deben exponerse ante el ordenador (apagado o usado por otras personas) sin poder utilizarlo por el tiempo que se considere necesario; el uso de estrategias de resolución de problemas: como medio eficaz para tomar decisiones de cara al afrontamiento de los problemas; el entrenamiento en habilidades sociales: en aquellos casos donde se detecte un déficit de habilidades y que suele darse entre usuarios  “adictos”  a los IRC (Internet Relay Chats) y/o los programas para charlas virtuales y la  reestructuración cognitiva para eliminar y/o reconducir todas las creencias irracionales y no adaptativas relevantes en el trastorno.

 

                        Para concluir comentar que aunque la “adicción” a internet no está todavía considerada como una categoría diagnóstica, el uso problemático de la red necesita de una mayor atención porque –como parece demostrado- interfiere de forma negativa y causa problemas en la vida cotidiana de determinadas personas, por lo que debemos investigar aún más en profundidad cuáles son estos problemas, cómo y en qué medida afectan a las personas y cuáles son los más eficientes y adecuados tratamientos.

                                                  Javier Brotons. Psicoterapeuta.

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ADICCIONES

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                                  LA ADICCIÓN AL TRABAJO.            

         El trabajo aparte de ser nuestra fuente más habitual de ingresos posee otras características que influyen en la salud mental de las personas: estructura el tiempo diario, nos permite desarrollar determinado nivel de actividad, nos proporciona relaciones sociales y un sentido de la utilidad (hace que nos sintamos útiles). Por ello, es bastante evidente que necesitamos determinado nivel de trabajo (número de horas semanales, tiempo global de dedicación, esfuerzo invertido….) para mantener nuestro nivel de autoestima. Pero la llamada sociedad de consumo influye con fuerza potenciando en muchos individuos una progresiva mayor dedicación al trabajo o incluso la búsqueda de un trabajo añadido (pluriempleo) en aras a aumentar los ingresos y poder aumentar también el nivel de consumo reduciendo al mínimo el tiempo libre o de ocio. Además, la competitividad de un mercado cada vez más globalizado y el uso cada vez mayor de las tecnologías de la comunicación y la información hacen que se pueda trabajar desde cualquier lugar y en cualquier momento incidiendo en la total “disponibilidad” laboral del trabajador.

 

                 Es en este contexto donde se puede dar un trastorno psicológico que se caracteriza básicamente por una pérdida de control sobre la actividad desarrollada en el trabajo: la adicción al trabajo(laborodependencia).

 

                 Según Killinger (1993), esta adicción se caracteriza por: una elevada implicación en la actividad laboral ; un fuerte impulso a trabajar debido a presiones de tipo personal (internas); poca capacidad para disfrutar de la tarea que se realiza y constante búsqueda del poder o prestigio a través de la actividad laboral. Y los síntomas que aparecen son principalmente: una negación de que se tiene un problema, una serie de distorsiones cognitivas sobre la realidad, necesidad de control, una tolerancia progresiva e indicativos de determinado síndrome de abstinencia en vacaciones o períodos en los que no se trabaja caracterizados por la irritabilidad, pensamientos negativos, cuadros de ansiedad, etc. Según Porter (1996) quien sufre adicción al trabajo tiende a continuar con su excesiva implicación en el trabajo a pesar de sufrir estrés o distintos problemas de salud y a ocultar sus pensamientos relacionados con el trabajo para evitar la desaprobación familiar y social. 

            

               Desde el ámbito estrictamente laboral podemos identificar a alguien con esta adicción cuando trabaja en exceso , mucho más que lo que  le demandan los requerimientos de su trabajo. Además su nivel de esfuerzo e implicación es mucho mayor de lo que esperan sus jefes o supervisores. Por su parte el trabajador no se siente bien, generando estrés y malestar de tipo psicológico , afectando todo esto también al ambiente social laboral, produciéndose conflictos con los superiores y compañeros y una disminución del rendimiento. También se produce una afectación en el ámbito extralaboral: el trabajo no termina cuando acaba la jornada laboral (alargada ya innecesariamente la mayoría de las veces), se trabaja los fines de semana, estando enfermo e incluso durante las vacaciones produciéndose conflictos con la familia y/o los amigos.

 

               Por otra parte y apuntando a la gravedad de la adicción al trabajo habría que comentar que se pueden llegar a producir también toda una serie de alteraciones psicofisiológicas como diversos problemas cardiovasculares y digestivos, alteraciones en el sueño (con la necesidad de ingerir fármacos inductores del mismo) y en la alimentación (a causa de una dieta desequilibrada) e incluso es muy frecuente el abuso de drogas (para paliar el cansancio producido por el “ritmo” de trabajo): un consumo excesivo de café, alcohol, tabaco y cocaína principalmente.

 

                Con respecto a cómo debe tratarse la adicción al trabajo las dos grandes líneas se centran en potenciar el autocontrol del paciente y de conseguir la implicación en actividades alternativas que puedan resultarle gratificantes, así como de entrenarle en estrategias de afrontamiento para hacer frente a las dificultades (Garson, 1990). Desde esta perspectiva se enseña al paciente a distribuir el tiempo de una forma adecuada –lo cual podría requerir un período de descanso laboral total o parcial– con el objetivo de aspirar a un nuevo estilo de vida a través de la reevaluación de metas y establecimiento de prioridades: globalmente se trata de que el trabajo no sea el aspecto absolutamente central y único de la vida del paciente sino que se sitúe en su justa medida en relación a los otros ámbitos de la vida como son la familia, los amigos, el tiempo de ocio, etc. Debería practicarse también un entrenamiento en solución de problemas,  un desarrollo de habilidades de comunicación (a nivel social y familiar) y enseñar al paciente expresarse afectivamente (Robinson y Post 1997).

 

              En una fase más avanzada (una vez el paciente está apartado de su ritmo anterior de trabajo) es adecuado aplicar técnicas de exposición gradual a la actividad laboral, habiendo previamente enseñado al paciente a planificar el tiempo y actividades, establecer prioridades y delegar trabajo y responsabilidades en otros compañeros o colaboradores.

 

               Por último y como conclusión destacar que es evidente que la adicción al trabajo como se ha visto anteriormente conlleva “daños” para el trabajador y para su familia y entorno y que esta adicción puede diagnosticarse y tratarse. Pero sería conveniente también establecer la prevención desde las propias empresas u organizaciones en donde el trabajador desarrolla su trabajo como por ejemplo y según señalan algunos autores: potenciando trabajos más cooperativos, creando equipos de trabajo autodirigidos y mayores posibilidades de comunicación y participación en la toma de decisiones.

 

                                       Javier Brotons. Psicoterapeuta.

   

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Amaxofobia

trafico_th_3.jpg  MIEDO A CONDUCIR.

Sudores, taquicardias, respiración agitada y entrecortada, temblores, malestar de estómago, cefaleas, vértigos o agarrotamiento muscular son los síntomas habituales de los estadios de ansiedad y los más comunes de las personas que, por distintos motivos, temen ponerse al volante de un vehículo. Este pavor a conducir se conoce como amaxofobia y, pese al desconocimiento que sobre el tema se tiene en la sociedad en general, afecta al 33% de los conductores.

La amaxofobia no es otra cosa que el miedo a conducir, “resultado de un proceso en el que la persona percibe el tráfico como una amenaza, siente a los demás conductores como peligrosos y se siente incapaz de afrontar el reto de conducir. Como en otros trastornos fóbicos, la respuesta huida-evitación produce en la persona una sensación de alivio de la ansiedad, que se mantiene por refuerzo negativo. Esta respuesta puede llegar a ser tan poderosa que se vive como la única para hacer frente al problema. Sin embargo, pese a tratarse de una fobia, “no se puede hablar de una fobia general, ya que no tiene carácter generalizado en la sociedad, como puede ser el miedo a volar”.Un estudio llevado a cabo recientemente por el Instituto MAPFRE de Seguridad Vial asegura que el 64% de las mujeres y el 36% de los varones conductores sufren esta patología que se manifiesta generalmente en forma de ansiedad y estrés. “La mayoría de las mujeres que tienen fobia a la conducción tienen entre 30 y 40 años. Son conductoras habituales, usan el automóvil ocasionalmente en vías urbanas y sienten pánico a las autovías y autopistas”, detalla Javier Díaz, quien añade que también son propensas a sufrir estas crisis “las que llevan mucho tiempo sin ponerse al volante y que, por necesidades laborales o personales, tienen que volver a hacerlo”. En cuanto a los hombres, el 25% de los varones con amaxofobia tiene una edad media de 35 años.

No obstante, es importante no confundir el miedo con el respeto y tener en cuenta que es normal sentir un cierto temor a conducir, puesto que al salir a la carretera siempre se corre un cierto riesgo. El problema surge cuando este miedo se lleva hasta la exageración. Según el estudio MAPFRE, “las mujeres son conscientes de situaciones en las que tienen miedo a conducir antes que los hombres”, pese a que en ellos es mucho más evidente la relación entre miedo a conducir y los accidentes de tráfico. En los varones, haber sufrido o presenciado un accidente representa el 40% de las causas que les impiden volver a sentarse al volante, mientras que en ellas, sólo alcanza el 25%. Además, los hombres sufren más en silencio esta fobia que las mujeres “sobre todo, porque conducir es un acto de virilidad y les avergüenza confesar que sienten miedo a coger un coche”, tal y como recoge el estudio.

El miedo a conducir se ha considerado como una manifestación, entre otras, de un trastorno más general denominado agorafobia, que hace referencia a aquellas manifestaciones de angustia excesiva que producen las situaciones que no permiten escapar de ellas.

Fuente: eroski consumer.

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ATAQUES DE ANSIEDAD

la-depresion-ii.jpg            La Sociedad Española de Farmacia Comunitaria (Sefac) ha informado  que  controlar  la  respiración  y  los  pensamientos  son  las  claves  para abordar un ataque o crisis de ansiedad.

                                             

                       Esta organización ha iniciado una campaña con la finalidad de ayudar al farmacéutico en su misión de asesorar y concienciar a los pacientes de la importancia de prevenir, identificar y controlar estos trastornos.

                      Un 10% de la población ha experimentado en alguna ocasión una crisis de ansiedad y la mitad de este porcentaje las padece de manera reiterada en diversos grados de frecuencia e intensidad.

               La Sefac explica, en una nota de prensa, que conocer los síntomas es otro de los elementos fundamentales para controlar este tipo de episodios, que se producen de media a partir de los 25 años y en el doble de ocasiones en la mujer que en el hombre.

                 La crisis de ansiedad es la aparición temporal, más o menos repentina, ante alguna situación -un accidente o una fobia, entre otras- y en algunas ocasiones sin motivo aparente, de activación fisiológica y motora excesiva, acompañada de una activación cognitiva exagerada (pensamientos) que produce un miedo intenso a lo que se está sintiendo e incluso a morir.

               Ante una situación percibida como amenazante, peligrosa o inquietante, el organismo responde con una respuesta de alarma que consiste en un aumento de la frecuencia cardiaca y de la presión sanguínea, en una mayor frecuencia y amplitud respiratoria, en la elevación del tono muscular y en un incremento de la sudoración.

                 Esta respuesta no es normal cuando el afectado la sufre ante una situación poco o nada amenazante o si es absolutamente desproporcionada, lo que lleva a bloquear a la persona.

                  La Sefac ha elaborado una ficha, disponible en www.sefac.org, donde se facilita a los farmacéuticos siete consejos imprescindibles para el abordaje de estas de crisis, tales como conocer la sintomatología previa, reconocer que se está más nervioso de lo normal o que la respuesta a algo está siendo desproporcionada.

                  Eliminar la angustia, prestar atención a los cambios favorables que se producen en la sintomatología y realizar ejercicios de respiración son otros de los consejos.

                      Las recomendaciones aclaran también algunas de las preguntas más frecuentes en relación con los ataques de ansiedad, como su duración, que alcanza su máxima expresión a los 10 minutos y finaliza a los 20 ó 30 minutos por regla general.

               En el caso de que los episodios se padezcan habitualmente y sin motivo aparente es necesario consultar al médico.

              La Sefac explica que la sensación de estar asfixiándose es debida a una respiración más rápida y fuerte, lo que hace que se introduzca más aire y oxígeno en el cuerpo, y provoca muchas de estas sensaciones físicas.

Fuente: entrebits.com

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DEPRESION

      Habitualmente cuando nos sentimos bajos de ánimo decimos que “tenemos la depre”, como acepción común o popular del término clínico depresión. Pero la depresión no es ése estado de sentirnos con el ánimo bajo o con sensación de decaimiento que experimentamos en determinados momentos: es algo más. Estar triste y apático, verlo todo de color negro (a través de pensamientos negativos), no poder dormir (o dormir en exceso) o perder peso son algunos de los estados añadidos que pueden  indicarnos una depresión real.

       La tristeza, y con ella la apatía o el desánimo, es el síntoma más visible de la depresión, pero no es el único. Las personas con depresión suelen tener también alteraciones del pensamiento, de forma que valoran negativamente sus capacidades o su grado de responsabilidad en los acontecimientos y lo ven todo (su futuro, sus relaciones personales….) de color negro. Esta es una razón por la que muchos depresivos adoptan una conducta autodestructiva (con un grado muy bajo de autoestima), incluso generando pensamientos de suicidio o en casos de depresión severa llegando a suicidarse.

      Por otro lado, la depresión origina, además ansiedad y muchas veces, alteraciones en el funcionamiento del organismo: se pierde sueño y peso o, por el contrario y en menor medida, se duerme demasiado o se engorda; se produce una continua sensación de cansancio; son frecuentes los dolores de espalda o de estómago; y se pierde también el interés sexual y la capacidad para adaptarse a las situaciones de estrés. Además, la depresión afecta al sistema inmunológico, con lo que hay una mayor predisposición a contraer determinadas  enfermedades.

      ¿De dónde proviene la depresión? Según los expertos, no se puede hablar de una causa, sino de muchas. En principio, la depresión significa que algo funciona mal en el cerebro, es decir, que hay un problema en los mecanismos de neurotransmisión cerebral, en la conexión de unas neuronas con otras. Esto provoca la disminución de catecolaminas y serotoninas (neurotransmisores), sustancias que segregan las neuronas y que intervienen, entre otras cosas, en la adaptación de la persona al estrés y en la regulación de los estados afectivos.  Pero la depresión puede provenir también de factores estresantes que perduran en el tiempo (problemas familiares, en el trabajo, una enfermedad crónica….) e incluso experiencias de tipo traumático que no se han superado (la muerte inesperada de un hijo…..por ejemplo) y que afectan de forma recurrente al normal funcionamiento y adaptación de la persona a su vida y sus circunstancias.

                                      Javier Brotons (psicólogo).

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CAMBIO DE HORA.

CONSECUENCIAS FÍSICAS Y PSICOLÓGICAS. 

Las alteraciones biológicas que produce un cambio de horario no llegan a incidir significativamente en las estadísticas ni constituyen enfermedades, no obstante pueden afectar la salud de adultos y niños, al producir alteraciones del sueño, irritación y distimia (un tipo de trastorno afectivo o del estado de ánimo).

Estas alteraciones dependen de los órganos y sistemas que estén más activos en el proceso de adaptación.

• En el sistema nervioso central, puede presentarse somnolencia, irritabilidad, dificultades en la atención, la concentración y la memoria.
• Malestar general • Fatiga, baja en el rendimiento o menor productividad
• Cambios en el estado de ánimo, depresión.
• Trastornos digestivos, aumento de secreción del jugo gástrico, disminución diurna y aumento nocturno del apetito.
• Aumento de molestias psicosomáticas

Los cambios de hora afectan especialmente a quienes poseen una estructura poco flexible en lo biológico y en lo psicoemocional, y también a quienes están sujetos a realizar actividades en horarios rígidos.

Los expertos señalan que el cambio de hora modifica el ciclo de la vigilia y también lo hace el sistema hormonal. Es debido a que el ritmo circadiano cambia, que se producen ciertos trastornos de tipo transitorio que pueden provocar algunos accidentes.

A los adultos les toma alrededor de 3 días adaptarse a estos cambios de hora, tiempo en el que existe una mayor predisposición a cometer errores, según explican los expertos.

Los niños suelen adaptarse con mayor facilidad al cambio de horario, aunque pueden manifestar mayor irritabilidad y presentar más somnolencia los primeros días.

Por su parte las personas enfermas o que padecen algún tipo de trastorno como insomnio, alteraciones del ritmo circadiano o del nivel hormonal, debido por ejemplo al tratamiento con corticoides, pueden sufrir mareos y alteraciones del estado de ánimo que pueden durar hasta una semana, puesto que el sistema hormonal no se ha adaptado aún.

Los expertos aconsejan iniciar cambios progresivos una semana antes del cambio del horario, para evitar o disminuir las consecuencias que éste pueda tener. Por ejemplo se recomienda adelantar todas las actividades diez minutos cada día, como el tiempo que se dedica a la comida, al paseo, etc., para readaptar así al organismo poco a poco.

Por su parte para quienes viajan grandes distancias a través de varias regiones horarias, hacer ejercicio intenso temprano en la mañana el primer día luego de un desfase horario, puede acelerar la adaptación al nuevo horario, incluso mejor que los tratamientos de luz o de melatonina (wikipedia).

Fuente:  salud.com 
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ANSIEDAD

La ansiedad es un mecanismo que utiliza nuestro cerebro con el fin de afrontar determinados peligros y ponernos a salvo en situaciones límite (semejante al miedo, que sirve para responder o adaptarnos al entorno), pero que se convierte en una “pesadilla” cuando nuestro cerebro sigue dando las mismas respuestas sin motivo (o más bien sin motivo aparente). La ansiedad se activa en el momento en que nuestro cerebro considera que existe un peligro real para mantener la vida (ej: tener frente a nosotros un perro rabioso que nos podría atacar) Los síntomas de la ansiedad hacen que haya una respuesta automática de todo nuestro sistema nervioso con la finalidad de ponernos a salvo (palpitaciones, tensión muscular, hiperventilación…). Así como el animal huye del peligro o se enfrenta a él en cuanto lo detecta, los seres humanos respondemos de la misma manera. Pero, ¿qué ocurre cuando nuestro cerebro interpreta algo neutro (que en principio no debería entrañar necesariamente un peligro real?: sucede que aparecen los mismos síntomas de huída o de evitación, como si el peligro fuera real.
La ansiedad funciona a través de asociaciones negativas y nos lleva a generar respuestas automáticas asociadas a un estímulo supuesta o realmente ansiógeno, y si no somos capaces de quitárnoslas de la cabeza empezamos generalizar el estímulo a estímulos parecidos, en el significado, en la forma, en el simbolismo, en lo que sea… Y por ello, cada vez puede haber más estímulos que provoquen la misma reacción de ansiedad (primero el perro rabioso, luego todos los perros, luego los peluches, luego todo lo que tenga mucho pelo….). Esta es la sensación que tienen las personas que sufren ansiedad; que cada vez hay más cosas, situaciones, contextos, que provocan respuestas de ansiedad y por tanto un miedo y/o un malestar muy intenso.
La psicoterapia es un tratamiento que se muestra eficaz para tratar los distintos trastornos de ansiedad partiendo de la base de lo comentado anteriormente, al reconducir a la persona (tanto en su forma de pensar como de comportarse) a responder de forma adecuada ante los estímulos que le provocan ansiedad.

Javier Brotons (psicólogo)
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